Las mesnadas donde sirvo son estirpe de valor, Berenguer es gallardía, hidalguía Roger de Flor. Los pertrechos y la azcona señalan mi condición.
Abrevaron sus caballos en las aguas del Segura y pusieron sus ojos sobre el ancho mar que tenían enfrente: el Mediterráneo, un océano de oportunidades al alcance de su mano que, nobleza obliga, no iban a dejar escapar.
Almogávar quiero ser, grita mi voz,/almogávar imperial, mi aspiración,/por los caminos de España cantaré/y con la luz de mi esfuerzo venceré./En las mañanas del cálido verano mi sacrificio siempre ayudará/a nuestra empresa común, a nuestra empresa ideal: ser almogávar inmortal.
No llevaban armadura, ni casco, ni siquiera la socorrida cota de malla, tan en boga en aquellos tiempos. Su equipo se limitaba a una lanza colgada al hombro, unas azconas –que lanzaban con tanta fuerza que eran capaces de atravesar los escudos del adversario– y un afilado chuzo, su arma más mortífera. Antes de entrar en combate golpeaban con fuerza la azcona contra las piedras, hasta que saltaban chispas; entonces, cuando el sonido era ya ensordecedor, gritaban al unísono: "Desperta, ferro!", "Aur, aur"...
«Hac-hi ben quatre milia almogàvers, e ben mil hòmens de mar e tots aquests eren catalans e aragoneses, e la major part menaven llurs mullers, e llurs amigues e llurs infants».